domingo, 7 de febrero de 2010

Dgo 31 de Enero 2010

Salmo 71:1-6.
Jeremias 1:4-10
1 Cor 13:1-13
Lucas 4:21-30

El domingo pasado, después de la lectura que hizo Jesús del profeta Isaías, el evangelio terminaba diciendo que “todos los presentes tenían fijos los ojos en él”. El evangelio de hoy continúa la escena, que recordemos se desarrolla en la sinagoga de Nazaret. Jesús dice que en él se cumplen las palabras de Isaías, es decir, que es el ungido (Mesías) para anunciar la Buena Noticia a los pobres y oprimidos... y el año de gracia del Señor.
Los vv. 22-30 los podemos dividir así: v.22: la reacción de la gente; vv. 23-27: la respuesta de Jesús; vv. 28-29: indignación e intentos de matar a Jesús por parte de los nazarenos; vv. 30: Jesús continúa su camino.
Es interesante constatar el contraste entre la reacción de la gente en el v. 22 y la de los versículos 28-29. Inicialmente los de su pueblo aprobaban, y se admiraban de su paisano, pero no alcanzaban a ver en Jesús la gracia de Dios que salía de sus labios, ni al profeta anunciado por Isaías, sino simplemente al Jesús hijo de José. Jesús percibe que sus paisanos no están interesados en sus palabras sino en sus hechos, les interesa ante todo un espectáculo milagrero, que cure los enfermos del pueblo y basta. Jesús les responde con otro refrán: “ningún profeta es bien recibido en su patria”, dejando claro que en Nazaret no hará ningún milagro.
El pueblo esperaba un mesías espectacular, capaz de acciones mágicas y milagrosas. Para el pueblo de Nazareth es imposible que Dios accione a través de una persona común, cuyos orígenes son conocidos de todos.

Entre los vv. 25-27 Jesús acude al AT para explicar su situación. El verdadero profeta no se deja acaparar ni mucho menos presionar para satisfacer a un auditorio interesado sólo en el espectáculo o en intereses individuales, aunque sean los de la familia o su propio pueblo. El profeta es libre y se debe a la palabra de Dios. La historia de Elías y Eliseo recuerda a los nazaretanos cómo éstos tuvieron que irse a tierra de paganos porque su propio pueblo no quería escucharlos. La característica de la mujer de Sarepta es su confianza en Dios, confiando su vida y la de su propio hijo en un extraño como Elías; y característico del sirio Naamán es que depone su orgullo y soberbia nacionalistas ante las palabras de Eliseo. La misma Iglesia reconocerá en este texto su misión de anunciar la Buena Noticia a los más alejados, es decir, que la Palabra echa sus primeras raíces en las personas y en las familias, pero ése no es su destino final; tiene que ser una palabra que busque siempre el camino de los más alejados y necesitados.

Las palabras finales de Jesús enfurecen a los presentes e intentan arrojar a Jesús por un barranco en las afueras del pueblo. Es curioso cómo los pobres de Nazaret, sujetos preferenciales del Anuncio de la Buena Nueva, se convierten en sujetos de odio y de muerte, despreciando la palabra presente en su tierra. Pero la palabra no puede morir, y Jesús continúa su camino misionero al servicio de los pobres, marginados y excluidos, con una palabra de vida, aunque amenazada siempre de muerte por quienes hacen de su vida una mala noticia de egoísmo y muerte.
Lc. 4,14-30 es una síntesis de todo lo que acontece en la vida y acción de Jesús. Lucas quiso, desde el inicio de la actividad de Jesús, mostrar lo que acontece a lo largo de todo el evangelio y que acontece también en el caminar de las comunidades cristianas (Hechos dos Apóstolos): el mensaje de liberación encuentra fuerte resistencia e rechazo. Quien no admite que la Buena Noticia sea anunciada a los pobres, los que no quieren ver los oprimidos libertados, los que no desean ver libres los presos, persiguen hasta la muerte los promotores de la liberación.
Jesús, el profeta rechazado (evangelio). Llevamos a la comunidad a descubrir cuanto aceptamos y cuanto rechazamos de la liberación que Dios nos ofrece en Jesús.

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