domingo, 7 de febrero de 2010

Domingo 7 de Febrero 2010

Salmo 138
Isaías 6:1-8
1 Corintios 15:1-11
Lucas 5:1-11

Hay una pesca supermilagrosa, Pedro está en el centro de los discípulos, se produce un reconocimiento de Jesús como Señor, Jesús actúa con total soberanía, Jesús llama a Pedro al seguimiento y al apostolado, y Pedro sigue a Jesús. La superabundancia de la pesca es ilustrada mediante tres figuras: el rompimiento de la red, el llenado de dos barcas, y su hundimiento.
La respuesta de Pedro construye una oposición entre la tarea infructuosa de toda una noche y la palabra de Jesús. La pericia de Pedro será refutada luego por el resultado del cumplimiento de la orden del maestro. Con todo, el futuro pescador de personas expresa su consentimiento basándose para ello en la orden de Jesús como maestro.
¿Cuál es el milagro principal o mayor? O, en otras palabras: ¿dónde colocó Lucas el énfasis fundamental? ¿En la enormidad de pescados, en el llamado, o en la profunda transformación de Pedro?
Si nos detenemos en la transformación de Pedro, podemos constatar que hay varias: el reconocimiento de Jesús como maestro que “sabe más” que el pescador experimentado, el reconocimiento de Jesús como Señor, la confesión de Pedro como hombre pecador, el abandono de todo y el seguimiento, y de esta manera su transformación en apóstol misionero.
La actitud de reconocimiento de Jesús como maestro, Señor y convocador y luego el seguimiento mismo del grupo en torno a Pedro constituyen una invitación a todas y todos nosotros a oír con cuidado el llamado de Jesucristo, a examinar nuestros pareceres y conductas y a dejarnos interpelar por el llamado.
¿Por qué no creer que Jesús nos convierte también a nosotros en pescadores?
El zapatero, la cocinera, el pastor, el ama de casa, el agricultor, la empleada, la bibliotecaria, el maestro, el médico, la madre, todas y todos recibieron un llamado de Dios que deben cumplir para bien de todas y todos. Es la vocación para poner en práctica de la mejor manera en su medio concreto las capacidades y los dones otorgados por Dios para beneficio común. Diferentes funciones y tareas, diversos llamados y dones de Dios, pero siempre puestos al servicio de la comunidad entera, y no para la gloria personal.
Con ello, podemos dar el siguiente paso: hoy el Señor nos llama a colaborar con su “pesca para la vida”. Una tarea no de especialistas iluminados o predicadores superexitosos, sino de todas y todos los miembros de la comunidad cristiana, cada cual desde su lugar concreto en la vida.
Es decisivo que vinculemos la puesta en práctica de estos dones y la misión con el reconocimiento de nuestras limitaciones. Pedro fue claro: se reconoció como hombre pecador. Pero Cristo vio más allá de esta confesión: vio las posibilidades latentes en Pedro, y las hizo fructificar. Por cuenta nuestra, no salvaremos a nadie. Somos y seguiremos siendo mendigos y mendigas que vivimos de la gracia de Dios. Aquel milagro de la pesca se transforma hoy en nosotros en un milagro acaso mayor, que consiste en el hecho de que Dios confía en nosotros, llamándonos a colaborar con su obra. No tenemos más ni somos más que otros u otras; sólo recibimos el mandato de anunciarles a Jesucristo en palabras y obras.

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