domingo, 30 de agosto de 2009

Contaminación

Salmo 15
Deuteronomio 4:1-2.6-9
Santiago 1:17-27
Marcos 7:14-15,21-23

Que es lo que contamina a las personas
¿Cómo distinguir la enseñanza de los hombres de la voluntad divina?
¿Cuáles son los caminos que nos permiten interpretar algo como aquello que Dios nos señala?
En la vida cotidiana hacemos esas interpretaciones constantemente. Con las leyes divinas y con las normas que rigen nuestro mundo. La limpieza y purificación pretendida. O, más grave aún, un profundo individualismo, un egoísmo y búsqueda de autosatisfacción que termina en la soberbia y la insensatez.
Los cristianos también nos hemos vuelto ritualistas, observando lo exterior. Cuántas veces en nuestras iglesias se generan discusiones sobre cuestiones litúrgicas, modos de los oficios, o la disposición de los elementos, y esas discusiones se han transformado en otra cosa: pulseadas por el poder, intentos de imponer nuestra lectura de la tradición, crítica y prejuicios contra los que piensan o actúan diferente.

De qué manera esa “apariencia” que hoy se impone, ese lavado por fuera que resulta doctrina de hombres, no es sino la muestra de una contaminación más profunda, donde nuestro ser más íntimo es sometido a una corrupción que nos hace insensibles a las demandas del Evangelio, y preferimos entonces las señales externas de una mentada devoción, que oculta un vacío interior

No es lo que el ser humano incorpora lo que lo mancha, sino lo que emite. Trasladado al campo ético, la mancha no está en lo que el otro me hace, sino en lo que yo le hago a mi prójimo. El recorrido de la comida en el cuerpo no contamina (y nuevamente Marcos añade una nota para el cristianismo gentil –declarando limpios todos los alimentos). Es lo que nosotros hacemos con aquello que recibimos lo que puede contaminar. Alimentos puros e impuros terminan en la misma letrina. Eso no hace la diferencia. La diferencia estará en lo que nosotros hacemos con la fuerza que nos dan esos alimentos.
La lista de vicios que aparece en los vv. 21-22 es la única de estas características que aparece en los evangelios, aunque son frecuentes en la literatura epistolar del Nuevo Testamento. “Los malos pensamientos” es una categoría general, que se confirma a nivel estilístico pues “malos pensamientos” está separada, en el texto griego, del resto de la lista, pues el verbo se intercala después de esta expresión. Luego se explicita que son estos malos pensamientos, enumerando doce “vicios”. La nómina tiene dos partes: las primeras seis están en plural y las restantes seis en singular. Todas son conductas ofensivas para mi prójimo. La lista de los plurales culmina con “maldades”, que resumiría los actos dolosos contra mi prójimo. La lista de los singulares muestras actitudes de la persona que motivan esas maldades, expresan claramente la condición subjetiva del que obra en detrimento del otro. Este es el “anti-Reino” que se resiste a recibir el mensaje de Jesús

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