lunes, 30 de noviembre de 2009

1" Domingo de Adviento


Comenzamos a celebrar el Adviento este domingo. Por cuatro semanas prepararemos nuestros corazones y vidas para el recuerdo de la llegada de nustro salvador y redentor Jesús.
Eduardo García y sus hijos Natalia y Samuel nos guiaron en este primer domingo y encendieron la primera luz.
Dios les bendiga y acompañe todos nosotros.

domingo, 29 de noviembre de 2009

I Domingo de Adviento 2009

Lucas 21:25-36;
Comenzamos el Adviento con un texto en el cual Jesús anuncia la inminente llegada del Reino de Dios. Es interesante observar que Jesús lo hace en el contexto de una pregunta sobre la futura destrucción del templo.
El llamado a estar atentos a este tiempo y a la actitud de oración nos convocan a un momento de espera. Es bueno recordar que la oración no era en aquel entonces sinónimo de estarse quieto y contemplando como se lo entendió mucho más tarde en la tradición y prácticas monásticas. Cuando Jesús llama a “estar orando” significa una actitud de estar atento a lo que Dios nos dice y nos señala para nuestras vidas.
Ubicar este discurso de Jesús en el marco de la destrucción del templo también nos ayuda a ver para él las estructuras que no sirven a los propósitos del Reino no tienen futuro en el plan de Dios.
Hoy también tenemos problemas para asumir que el camino del Señor no siempre coincide con nuestros planes e instituciones. Y quizá este tiempo de Adviento sea un buen momento para meditar sobre que servicio están cumpliendo nuestras estructuras y prácticas.
La convocatoria de Jesús a estar atentos y en oración apela a nuestra actitud ante él. Quizá porque estamos llegando a la Navidad –aunque este es un tema del todo el año- sea bueno enfatizar que en el encuentro con Jesús se pone a prueba nuestra existencia y compromiso con su mensaje. En otras palabras, que no hay cristianos nominales o “culturales”, sino lisa y llanamente creyentes en el Señor de la Navidad y la cruz.
En este pasaje Jesús trata a sus oyentes casi como si no fueran creyentes. Les explica incluso con una parábola (29-33) que los signos del Reino los pone Dios y que ellos deben estar atentos para interpretarlos. ¿Cuáles son esos signos hoy en nuestra congregación y en nuestra vida? ¿Cuán abiertos tenemos los sentidos a lo que Dios nos dice en este tiempo? Estas son preguntas que nos preparan para recibir la Navidad que se acerca.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Domingo 22 de Octubre 2009

JUAN 18:33-37
El texto del este domingo es el interrogatorio de Pilatos a Jesús.
El diálogo es parte de una obra más compleja: el texto nos presenta apenas unas líneas. Pilato está molesto. Le han puesto por delante una situación que no tiene mucha salida. Por un lado, su instinto de gobernante y su cinismo (históricamente demostrado a través de otros informes extrabíblicos que nos llegan acerca de su gestión) le hace desconfiar de los principales de los judíos. Lo están usando para sacarse de encima a este predicador molesto para ellos, pero que él todavía no percibió como peligroso. Y a ningún político, y menos representante del César, le gusta que lo usen. Pero por otro lado, por qué meterse en un conflicto entre judíos, del que puede salir mal parado. Por qué defender a un don nadie descartable, un campesino norteño sin tropa propia, un hablador de frases enigmáticas que no cuida su propia vida y se atreve a ponerle incógnitas. Casi por curiosidad vuelve a interrogarlo, en un afán de tomar su tiempo para medir la mejor decisión en la circunstancia. –“¿Eres tú el Rey de los judíos?”
La respuesta de Jesús justamente le señala la trampa en que está el propio Pilato. Él, el poderoso representante del César, ¿habla por sí mismo o por boca de otros? ¿Qué sabe él de lo que está en juego en este asunto? Jesús, sin responder a la pregunta, lo pone en evidencia. El autor del cuarto Evangelio busca cargar las tintas sobre las autoridades de Judea. Lo hace por su teología, que reacciona frente a la persecución que sufre su grupo por parte de la sinagoga rabínica (cf. Jn 9:22). ¡Pero qué triste papel se deja a Pilato! ¡El poderoso y astuto gobernador de este mundo impotente para resolver entre sus subordinados de Jerusalén y un pobre predicador aldeano!
La expresión de Jesús, y especialmente si consideramos las palabras que siguen, apuntan en otra dirección, y contienen una no tan velada crítica al poder imperial que representa Pilato.
El poder romano se construyó con legiones de soldados. Así se toma el poder en el mundo dominado por la mentalidad imperial. La verdad la establece el que manda, y si no te gusta, te crucifica. Literalmente. Si alguien quiere ser Rey, que se arme un ejército, que presente combate, que demuestre que su violencia es mayor que la de Roma e imponga sus leyes. Así había llegado a ser Rey Herodes, con el apoyo de las legiones romanas. Así ejercía su poder Pilato, rodeado de soldados enviados por el Emperador Tiberio. ¿Alguien se atreve? ¿Es que hay otra verdad? ¿Es que hay otra ley?

Pero el reinado de Cristo no se construye desde el poder que discrimina y oculta. No es el modo “de este mundo”. Sabe que la verdad es algo más profundo que “un acuerdo entre realidad y palabra”, es la posibilidad de mostrar el propósito vital del Dios que nos ha creado dignos y plenos. Y si el ser humano se ha caído de esa gracia inicial, no se lo restituirá amenazándolo con esquemas militares, sean materiales o espirituales. No se impone con el temor, el terror y las trampas arteras. Se lo conquista con el amor, con la entrega, con el respeto por la dignidad de todos, todas, cada uno, cada una. Ese es el Reino de Cristo.

El Reino de Dios se anuncia, se anticipa, se vive en este mundo, pero de otra manera. Alimentando al que tiene hambre, sosteniendo al débil, brindando sanidad en cuerpo y alma, anunciando la verdad que libera. Así fue como Jesús vivió su realeza, anunció el Reino del Padre. En lugar de esperar que Jesús sea Rey al modo opresivo de los imperios, los cristianos debemos orar para que los que gobiernan aprendan de Jesús qué es ser Rey. Y lo mismo debemos decir de todas las relaciones humanas donde interviene el poder. Y donde se pone en juego la verdad de la vida, que es el don de Dios.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Las Bienaventuranzas

Salmo 34: 1-22 Apocalipsis 7:9-17
Mateo 5:1-11
Las Bienaventuranzas
La Palabra viene del griego “Makarios” y es una exclamación, un grito : ¡Qué felices! Por lo tanto estas son una manifestación, una suerte de proclamación o declaración de principios.
El sermón del monte ha sido descrito como la constitución o base fundamental del Reino o Gobierno de Dios.
Dios tiene un proyecto para este mundo y aquí Jesús lo enuncia y proclama.
Con las Bienaventuranzas como carta de navegación de nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.
Mateo orienta las bienaventuranzas hacia una ética de actitudes, de profundidad espiritual, pero incluyendo notablemente a los desposeídos y carecientes, a los que sufren, a los que tienen misericordia. En una época de conflictos se llama benditos a los “hacedores de la paz”; y se reconoce la persecución como previsible para los discípulos.
- “viendo las multitudes”
- La felicidad de los pobres

El proyecto de Jesús es el Reino de Dios. Reino que implica vivir en caridad fraterna, justicia, igualdad, tratándonos como hermanos, porque somos hijos de un mismo Padre. Así construiremos una sociedad nueva.
Las bienaventuranzas, expresión de la vivencia de los valores del Reino, no pueden ser entendidas de forma individualista o pietista, o en una práctica intimista: yo solito con mi Dios.
Al contrario, es en el ámbito de lo comunitario que tienen verdadera razón de ser. Tampoco podemos situar las recompensas y premios de las bienaventuranzas como para ser realizadas después de la muerte. El Reino con certeza ha de tener su plenitud, pero comienza en este mundo; es para ser construido aquí, en una sociedad fraterna, donde seremos consolados, poseeremos la tierra comunitaria y seremos reconocidos como hijos de Dios.